El vestido de flores salió volando del cordel por culpa del típico ciclón de las tardes chiclayanas. Jovita estiró el brazo pero no pudo alcanzarlo. Su hija, que recién llegaba de recoger otro juego de sábanas del hotel, saltó todo lo que pudo pero fue inútil. El vestido volaba muy alto y ambas mujeres lo perseguían sin perderlo de vista. Sobrevoló el barrio esquivando los postes y las poncianas. Cruzó la carretera, elevándose hasta quedar atorado en un algarrobo de treinta metros. Colgado ahí, ambas mujeres rogaban que ninguna espina dañe el costoso vestido propiedad de Doña Antonia Carmona. Dos meses después, el vestido seguía ahí. Ni los fuertes vientos pudieron sacarlo.
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