martes, 12 de julio de 2011

Parachoques


Dominado por la ira, Zúñiga se abalanzó contra Burgos y empezó a golpearlo. Ya no le importaba que fuera más grande. Sólo quería dañarlo de algún modo y acabar, aunque sea por un momento, del abuso. Zúñiga sentía dolor en sus propios golpes, sus nudillos latían y parecían romperse. Estaba agotado al terminar su ataque. Nunca había sentido tanto alivio en su vida. Ahí frente a su contrincante, el gigantón Burgos, Zúñiga esperó recibir el primer golpe que, de hecho, lo iba a descalabrar.

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