martes, 19 de abril de 2011

Duelo

Nadie le hizo caso cuando dijo que quería ir al pueblo. Nadie le alquiló un caballo. Después de hora y media de caminata, atravesó el corroído cartel de madera con el nombre del pueblo y el número de habitantes. Ninguno de estos dos datos importaba ya. La única calle de tierra estaba vacía. Se recordaba de niño con sus amigos pidiendo dinero a los borrachos que salía de la cantina. Casi podía ver al señor Donaldson barriendo los cabellos del último cliente de la barbería. Sentía cientos de miradas desde las casas y los negocios. Miradas que antes había percibido pero que ahora parecían amenazantes. Peremaneció largo rato de pie frente al pórtico verde donde besó a Clementine la primera y la última vez. Clementine, como la de la canción. Parado frente a ese pórtico, muerto de miedo, decidió entrar. ¡Sorpresa! Sus viejos, Clementine y varios amigos de la infancia tenían preparado para él una fiesta de bienvenida. En ese momento, John Erie Ford dejó de lado todos los malos recuerdos de la guerra contra los yanquis y por primera vez en más de ciento cincuenta años pensó que, cuando todos son iguales que tú, no es tan malo ser un fantasma.

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