Leonardo estaba maldito. Destruía lo que tocaba y arruinaba los buenos momentos con sus palabras. No se sabía cuándo sería ni cuánto tiempo duraría su próxima etapa maldita. Ese año, llegó justo el día del cumpleaños número cincuenta de su padre. Leonardo se sentía miserable en medio de la lluvia que caía sobre el jardín que había sido arreglado para la ocasión. Los invitados lo miraban desde adentro pero nadie se atrevía a llamarlo. Su hija, de tres años salió en medio de la lluvia y lo abrazó. La lluvia cesó y el sol ardiente brilló en el cielo. El padre de Leonardo recordó que se liberó de la misma maldición el día que su padre, el abuelo de Leonardo, cumplió cincuenta años. Su hija miró el sol y dijo que quemaba como nunca. Esa tarde, un incendio forestal acabó con la mitad del bosque de pinos que había alrededor.
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