Arnaldo estaba en la puerta de la casa observando a su hijo nervioso. Era inevitable pero, por ninguna razón, quería que su hijo se vaya en ese momento. Parte de él quería que el muchacho mande todo al diablo y se quede o, aunque sea, permanezca cerca unos días más. Guillermo volteó a ver su padre y a Doña Teresa, que recién se asomaba por la puerta con la única maleta que llevaría el muchacho. Se acercó a ellos los abrazó y los besó. Nunca había besado a Doña Teresa y a su padre no lo besaba desde niño. No pensó en ello.
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