Dos estornudos de la misma persona, nada de grillos ni cojudeces sacadas de la televisión gringa, cuatro cruces de pierna, catorce tragos de cerveza y tres cigarros recién encendidos. Hubiese sido ideal que alguna mesera rompa algunos platos o si tan sólo un rinoceronte rompiera la pared de ladrillos que tenía a su espalda y destruyera todo el lugar. A veintitrés segundos de la última carcajada, el comediante de stand up hizo lo que consideraba más denigrante en su negocio: empezó a mofarse del bloqueo creativo de un comediante.
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