Mauricio entró al agua con el resto de sus compañeros. Sentados en sus tablas, dieron gracias por un nuevo y hermoso día en Lobitos. El océano parecía una sopa, ninguna ola se asomaba. Al rato, Jesúcristo apareció y el mar creció como nunca se había visto por ahí. Cristo seguía a Mauricio de cerca. No necesitaba tabla porque caminaba sobre el mar. La lengua de Mauricio saboreó el agua y le supo al mejor vino que había probado en su vida. Un pez saltó a su lado, un segundo más tarde millones de peces saltaban. Los peces salieron disparados por el tubo que corrió Mauricio. Al finalizar la tarde, Cristo abrió los mares y desapareció en el horizonte. Mauricio salió a recuperarse a la orilla, estaba exhausto pero feliz. Recordó las largas horas de reflexión acompaádas de lágrimas, los círculos de lectura de la Biblia y las canciones que aprendió y que cantó tantas veces en el coro. Volvió a sentir como Cristo entraba en él y lo transformaba en alguien completamente nuevo. Acostado en la arena, miró al cielo y el sol lo cegó. Habían pasado sólo nueve horas desde que Mauricio había salido del centro cristiano de rehabilitación “Jesús es el Camino” y ya tenía 5 onzas de heroína en las venas.
(Coescrito con Rosario Seminario)
(Coescrito con Rosario Seminario)
200!
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